Cada tanto, me fabrico uno nuevo.
Pasado un tiempo de relativa paz, olvido el destello de terror al oír la llave en la puerta. Y dejo de pasar revista en la cabeza de las órdenes y las miradas. Cuando ya no ruego al cielo haber leído todas las señales y no haber despertado ninguna sospecha. Porque no alcanza no hacer nada, tampoco puede parecer que lo hiciste. Y encomendarme pidiendo que él tampoco sienta culpa, porque seré yo quién la expíe.
Luego de despertar entre almohadas frescas, y adueñarme del baño, y decidir sin temor, y correr las consecuencias, y recoger los vidrios, y felicitarme. Probar nuevas cosas y extrañar algunas viejas.
Luego de reconciliarme con la soledad. Encontrarle ventajas, hacerla imprescindible.
Luego de encontrar que la vida no es siempre la batalla decisiva, desintoxicarme de adrenalina y no hacer la cama. De acostumbrarme pues.
Me encuentro frente a uno nuevo. Hecho de un amigo querido, un amante o un vecino. Gente normal y buena a la que he empujado y cincelado sin misericordia hasta fabricar el monstruo que necesito para que me atormente.