Aniversario

E Cazes
3 min readAug 14, 2016

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Hoy, hace 41 años, llegamos a Venezuela.

Era el país de Carlos Andrés Perez y el bolívar empezaba su despegue. Caldera acababa de dejar la presidencia con la tarea hecha: desmovilizar las guerrillas. Era un país que miraba a los lados desconcertado, y todo lo que veía eran oportunidades.

Las universidades tenían departamentos de investigación. Los profesores estaban obligados a publicar para ascender en el escalafón, y ganaban tan bien que era un símbolo doble de estatus decir en qué trabajaban. “Soy profesor universitario” era algo que implicaba que estabas en la cima de tu profesión (y ganabas muy bien) y que hacías cosas para mantenerte ahí. Todas las cátedras recibieron oleadas de especialistas que, como nosotros, huían de países donde la vida era desechable, donde los militares llevaban cuenta de los muertos en cuadernos escolares, sólo para estar seguros de que cumplían la cuota. Donde los presos desaparecían, detenían a cualquiera en cualquier lado y las personas no se miraban a los ojos.

Todos esos profesionales traían títulos y experiencias (CAP abrió las puertas para todos sin muchos miramientos) que pasaron a servir a los estudiantes del país de inmediato. Sin tener que prepararlos o formarlos Venezuela los hizo formar parte de su arsenal y de pronto, las carreras de medicina en la provincia tenían jefes de cátedra con proyectos Rockefeller o especialistas en entomología sintetizando antígenos que no se hacían en ningún otro lado del mundo.

Los años pasaron, y cayeron las dictaduras. Desde esta punta del continente vimos como allá caían los jefes, grandes y pequeños, uno tras otro. El jefe de la policía, que era dueño de su gallinero hasta el punto de contar como violaba y mataba seguro de su impunidad, ahora iba esposado y soberbio a oír su veredicto de culpable. El tirano descarnado no sólo tuvo que devolver la banda presidencial, sino también tuvo que rendir cuentas… y declaraciones.

Y los que habíamos sido victimas indemnes, tuvimos quien nos oyera. Los países empezaron a mirarse y a reconocerse en las heridas. Y empezaron a reconstruirse.

Lo primero, registrar las historias. Y entre todos, tejer La Historia. Las declaraciones de uno permitían rastrear la vida de otros hasta que se pudo saber de su destino. Casi siempre un mal destino, pero a veces, ocurría el milagro y surgían los reencuentros. Nos pidieron que contáramos, que escribiéramos, que lleváramos los papeles que habíamos guardado como tristes souvenirs. Nos pidieron que hiciéramos las denuncias para empezar los juicios.

Hoy, 41 años después veo como Venezuela es la que despide a sus hijos, llevándose todo su futuro con ellos. Ahora es ella la que vive la persecución y la incertidumbre. Otra vez nos ponen armas en la cabeza por nuestro bien y desaparecen las personas como si la vida fuera barata. Y me agarra cansada.

Ya vi la película. Sé (porque lo viví) que los que hoy son soberbios dueños del corral, terminarán dando explicaciones que nadie les cree, haciendo planes apresurados para rescatar lo imposible y dejándole a sus hijos un nombre de vergüenza. Yo vi placas de mármol que fueron empotradas con pompa para adular al poderoso de turno, ser desmontadas a las carreras para reducir la ignominia de la esquina.

Sé que eso es lo que pasará, aunque en éste momento parezca un mal chiste. El problema no es ese, sino el tiempo que falta hasta que ocurra, las vidas que se perderán mientras tanto, y cuantas heridas más tendremos que sufrir y disimular hasta el fin.

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Written by E Cazes

La realidad está en el ojo que mira

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