Desayunamos juntas y nos pusimos al día de los últimos 40 años.
Tragedias contadas a las apuradas, que el café se enfría y el trabajo espera.
Conversación delicada, caminando por las piedras. Cualquier cosa menos arruinar con una tristeza ese encuentro frágil. Te quise feliz y te dejé melancólica.
Olvidé preguntar por tu hijo. Olvidé incluirlo en las enumeraciones. Olvidé que de su afán de desaparecer había salido victorioso con todos, menos contigo.
Un abrazo y adiós. Ya tendremos tiempo de comentar tantas cosas pendientes. De perdonarnos, de pedirnos perdón. De preocuparnos por los achaques, de mostrar que nos importamos.
Y mira, no.
La muerte, siempre inoportuna, interrumpió lo que construíamos con tanto mimo. Dejó todo a medio andar: los deseos de año nuevo, el relato de los planes, las expresiones de apoyo “de tu tía que te quiere”.
Aquel café, frío al fin, era lo único que tendríamos.